“Es el síndrome de los últimos cinco minutos del partido, en los que uno quiere meter todos los goles que no pudo hacer antes.”
El psicólogo Alejandro Schujman usa esa figura para graficar lo que le ocurre a muchas personas y con diversos niveles de intensidad cuando diciembre empieza a correr. La mente se agota a la par de los espacios disponibles en el calendario 2019, mientras que la cantidad de tareas pendientes, actos, encuentros y de veámonos antes de fin de año se multiplican. El malestar crece, el cansancio se vuelve regla, la sensibilidad se intensifica, las ausencias se hacen más presentes y hay quienes a los que el peso de esa mochila se les vuelve insoportable. Especialistas consultados por Clarín afirman que en esta etapa se produce un aumento en las consultas por estrés y ansiedad y advierten que se complejizan los cuadros de quienes ya están en tratamiento, un clásico que se agravó este año por la situación sociopolítica y económica.
“Desde las PASO hasta el día de hoy en nuestros centros las consultas por estrés y ansiedad aumentaron entre un 30 y un 35%, que es muchísimo”, afirma Gabriela Martínez Castro, directora del Centro de Estudios Especializados en Trastornos de Ansiedad (CEETA). Según la especialista, “2019 cierra bastante parecido al 2001, en cantidad de pacientes y en tipo de consultas”. Schujman también marca como un hito a las elecciones primarias: “Vi que la gente estaba muy mal durante las PASO y las generales. Había un clima espantoso con un acentuamiento de la cuestión de la grieta”.
Es que en un año electoral, con cambio de gobierno, en el que la crisis económica se profundizó, la pobreza aumentó, la inflación se disparó, el desempleo creció y los bolsillos llegan flacos para afrontar los gastos de las Fiestas, vivir en Argentina actúa como un estresor más. “El problema económico transversal genera estrés psicosocial”, afirma Daniel López Rosetti, jefe del Servicio de Medicina del Estrés del Hospital de San Isidro.
Para muestra vale un botón: según datos de la Confederación Farmacéutica Argentina (COFA), mientras en el país bajaron las ventas de casi todos los medicamentos, los sedantes e hipnóticos subieron un 15,7% de enero a septiembre, en comparación con el mismo período de 2018.
“En diciembre atiendo muchísimas más consultas, más urgencias. Los pacientes que venían bien durante el año se descompensan más y se ponen mucho peor”, señala el psiquiatra Patricio Rey, jefe de derivación y orientación terapéutica y adolescencia del Hospital de Clínicas José de San Martín. La demanda, dice, crece tanto en las guardias como a nivel ambulatorio. Pero reconoce que al cóctel típico de todos los fines de año (los conflictos familiares, el peso de las ausencias, el balance) se le añaden en este en particular “la incertidumbre política y la pérdida de poder adquisitivo, así como el desempleo y el miedo a perder el trabajo. Tengo un montón de pacientes que han bajado su nivel de vida y eso genera un estrés terrible. La crisis impacta en la salud física y psíquica”.
Y los síntomas del estrés se dan en ambos planos. “Pueden ser de dos tipos: somáticos o corporales, como el colon irritable, taquicardia, dolores, contracturas, trastornos del sueño, la sexualidad o la alimentación, es decir, cuando la ansiedad genera que los diferentes aparatos del organismo funcionen mal; o predominantemente psicológicos: ánimo deprimido, ansiedad y miedos, irritabilidad y algo de desmoralización”, explica José Bonet, responsable del Consultorio de Prevención, Diagnóstico y Tratamiento del Estrés Mental de la Fundación Favaloro, donde también reciben una mayor demanda en esta época. “Por lo general las personas consultan cuando toman conciencia de que no están bien, eso ocurre cuando ya están bastante mal y esta etapa del año agrava todo lo que ya traían de antes”, analiza.
“Tenemos muchas consultas por trastornos físicos, dolores musculares, cefaleas -añade el neurólogo Daniel Bistritsky, del Servicio de Medicina del Estrés del Hospital de San Isidro-. En esta época hay como una epidemia de sensación que uno está perdiendo la memoria. Casi siempre, en personas jóvenes eso está vinculado al agotamiento, al estrés de la vida cotidiana que produce algunos olvidos que pueden llamar la atención y que plantean la necesidad de parar y recalcular para el futuro”.
Son personas, dice Martínez Castro, que en el pasado habían tenido indicios de padecer ansiedad (una emoción que en exceso es patológica y genera estrés), pero que a pesar de eso podían hacer su vida en forma normal. Hasta que en un momento las molestias, las palpitaciones, la sudoración, el sentir que les falta el aire, los temblores, las dificultades para dormir, la sensación de perder el control, “de volverse loco o el terror a morir” (lo que configura un ataque de pánico) provoca un quiebre y les impide seguir adelante.
“Lo que los trae, a pesar de ellos, son malestares de tipo físico y la gran mayoría consulta primero en la guardias. Pero también recibimos mucha gente que está muy angustiada, muy nerviosa, muy temerosa (no sabe de qué ni por qué) y muy preocupada por cuestiones menores y por cosas no tan menores en igual proporción. Quieren controlar esa preocupación, no lo logran y en forma sostenida todo esto lleva a padecer los síntomas físicos”, apunta.
¿Por qué repercute en el cuerpo? Patricio Rey explica que en psiquiatría se considera al estrés patológico como la “manifestación física del miedo”, porque el miedo (ante una amenaza que se percibe como real) activa el eje de estrés y eso se somatiza. Se vive en una especie de alerta permanente. “Es como querer estar cocinando una torta mientras un tigre nos quiere comer”, ejemplifica la psicóloga.
“El estrés y la ansiedad vienen de la mano. La ansiedad es el exceso de ansias depositado en alguna porción en particular de nuestras vidas. El estrés es el equilibrio entre las demandas del afuera y del adentro y los recursos para hacerle frente a eso. Si nos sentimos muy desbalanceados en relación a las demandas nos estresamos, porque sentimos que no podemos dar respuesta. La curva saludable del estrés es carga, descarga, relajación”, dice Schujman.
Fanático de San Lorenzo, vuelve a la metáfora del partido de fútbol: la tensión previa, la pelota que pega en el palo, el gol, los gritos, la relajación y el asado con amigos. “Cuando el circuito se completa va todo fantástico. Si no lo completamos y no podemos descargar, el estrés es absolutamente displacentero y disfuncional. Cuando el circuito es carga, carga, carga y no hay relajación, empieza a hablar el cuerpo lo que no estamos pudiendo gestionar nosotros”.
A largo plazo, el estrés crónico puede originar enfermedades cardíacas, psiquiátricas (trastornos de ansiedad, fobias, adicciones, depresión), metabólicas, inflamatorias, inmunológicas. “Es el costo que paga el organismo por estar adaptado por mucho tiempo a situaciones para las cuales no viene preparado”, dice Bonet. Y todo lo preexistente también empeora con el estrés, ya sea la salud mental, las cardiopatías, enfermedades respiratorias (EPOC, asma), gastrointestinales, entre otras.
Por eso las Fiestas son momentos de gran actividad en las guardias de hospitales y clínicas. “Aumenta la atención de problemas psiquiátricos, hasta clínicos y accidentes”, dice Rey.
En ese sentido, el cardiólogo Mario Boskis señala que hay amplia bibliografía sobre la relación entre el fin de año y los eventos cardiovasculares. “A modo de muestra, un estudio de la prestigiosa revista Circulation publicó en 1994 información estadística que prueba el mayor riesgo de muerte cardiovascular asociado a la fiestas de fin de año. Un importante estudio observacional realizado en Suecia encontró resultados similares, evidenciando un incremento de más del 35% en la aparición infartos de miocardio en vísperas de la Navidad. Este fenómeno, asociado a las fiestas, aparentemente sería global.”
Más datos: en Argentina, casi uno de cada tres mayores de 18 años sufrirá un trastorno de salud mental en algún momento de su vida (29%), pero el riesgo estimado hasta los 75 años sube hasta alcanzar hasta casi cuatro de cada 10 (37,1%), de acuerdo a los hallazgos del primer estudio epidemiológico de salud mental en población general realizado en el país, publicado el año pasado. Los más frecuentes son precisamente los trastornos de ansiedad, que afectan al 16% de los adultos, seguidos por los trastornos del estado de ánimo (12,3%), los trastornos por sustancias (10,4%), y los trastornos del control de impulsos (2,5%).
¿Qué es el “estrés de fin de año”?
Ahora bien, más allá del estrés sostenido en el tiempo (crónico y, por lo tanto, patológico), que requiere atención para reducir el impacto en la calidad de vida y sus consecuencias más severas, ¿existe un “estrés de diciembre”?
López Rosetti afirma que se trata de un “período especial con características reales” que lo hacen un mes particular para todos. “El ser humano tiene ritmos biológicos, pero también sigue ritmos psicosociales que afectan a la sociedad en su conjunto. Existen los meses, los períodos vacacionales, las obligaciones de fechas, los días festivos, los días religiosos. La precipitación de acontecimientos convierte al fin de año en un momento de carga, de obligaciones, que se suman a todo lo que se acumuló en el año”, explica. No obstante, aclara que la afectación que produce depende de cada persona, porque el estrés es un fenómeno de percepción individual.
Los especialistas coinciden en los principales factores que convierten a diciembre en un mes particularmente convulsionado: los cierres reales (el ciclo escolar, laborales) que implican una sobreexigencia, pero también los mentales (el famoso “balance de fin de año”), el aumento de la interacción social, la proximidad de las vacaciones.
“Todos estos factores juntos va generando en las personas cierto grado de ansiedad. La persona que ha venido más o menos estable durante el año, incrementa un poco los niveles de estrés pero puede surfearlo en mayor o menor medida. La que entra en eclosión es aquella que viene con mucha carga emocional, o de trabajo, o de estrés familiar y se le junta todo esto extra como un bonus que se transforma en un cóctel explosivo”, comenta Martín Reynoso, psicólogo especializado en mindfulness y director de Train Your Brain Argentina.
“La gente no la pasa bien en las Fiestas. Lo sufre mucho más que lo que las disfruta. Todo se incrementa, todo se potencia, las psicosomáticas son más severas, hay más insomnio, mucha tristeza porque afloran y se vuelven mucho más evidentes las cuestiones familiares (separaciones, muertes). Estas fechas generan una referencia, un anclaje, que suele ser en la mayoría de los casos negativo y displacentero”, dice Schujman.
“Lo que pasa es que no se dice habitualmente -coincide Rey-. Se habla solamente del factor positivo del encuentro, de las fiestas, las vacaciones , los viajes y lo otro se silencia. Hay un mandato del ‘disfrute’ en la sociedad moderna vinculado con el Facebook, el Instagram y que si no cumplís con eso sos una especie de fracasado-frustrado. Todo lo que va en contra de eso no se explicita, pero se padece emocional y corporalmente.”
Bonet acuerda: “Ya existía, pero ahora se acentúa con las redes sociales el sesgo del disfrute de los demás. Aparece el fenómeno de ‘todos la pasan bien menos yo’. Hay un imperativo de que hay que disfrutar fin de año, las fiestas y las vacaciones”.
¿Balance sí o no?
¿Qué pasó con esas promesas que nos hicimos, copa en mano, el 1° de enero? Sí, ¿para qué vamos a engañarnos?, las mismas que nos habíamos planteado el año anterior y el anterior. En algún momento de diciembre, consciente o inconscientemente la cabeza se divide en dos columnas, la del debe y el haber.
“Fin de año va acompañado muchas veces de frustraciones y tristezas: gente que ya no está, lo que no lograste. Hay dos fines de años: el del año en sí y el del cumpleaños, los dos tienen esa característica”, señala López Rosetti y agrega que “muchas veces no dan los resultados que uno espera, o no están acordes a las expectativas y eso puede incrementar cierto nivel de angustia, de ansiedad, estrés”.
Alejandro Schujman es tajante: no aconseja en absoluto hacer balances. “Termina un año, empieza otro y nada debiera cambiar, pero estamos seteados de esa manera. Habría que cambiar el chip: nada grave pasa. El partido sigue después de las 12. Sí lo que uno debería preguntarse es ¿qué pasa que tengo un montón de pendientes, hace cinco años que vengo haciendo las mismas promesas? El problema no es el 31 de diciembre, sino las cosas que no resolvemos”, afirma.
En relación a eso, López Rosetti dice que “fin de año tiene algo extraordinario y es que al día siguiente tenés el año nuevo, es decir, tenés toda una nueva oportunidad”.
El tuit es del 21 de diciembre de 2018, en plena víspera de la Navidad. Al día de hoy tiene casi 50 mil me gusta, fue retuiteado por más de 4.000 usuarios y generó una catarata de comentarios que se despliegan en un scroll de pantalla interminable.
La fiesta de fin de año del trabajo. El asado con los de fútbol. La salida con las del gimnasio. La reunión con el grupo de mamis. La cena con las y los amigos de siempre. Con los compañeros de oficina. Con los de la secundaria. Y con los del primario. La presión de encontrar un lugar para todos antes de fin de año. Y, como si fuera poco, el broche final: las reuniones familiares del 24, 25, 31 y 1°. Diciembre se convierte así en un mes con sobredosis de interacción social.
“Comienzan a generarse contactos, intercambios con personas que podemos o no frecuentar habitualmente. Pero aunque las frecuentemos, en este tiempo el encuentro se da en un modo emocional más intenso, que supone muchos más preparativos, mucho menos espontáneos que cuando uno se junta un fin de semana, tanto en lo que es la organización de la comida, de los tiempos, el lugar”, señala Reynoso y destaca que entre las personas con fobia social este tipo de reuniones generan “una serie de preocupaciones y conductas evitativas”.
¿Recomendaciones? El psicólogo que está cerrando su etapa como coordinador de mindfulness de INECO aconseja “limpiar la agenda, poner lo básico, lo necesario, lo realmente indispensable, lo que uno puede y quiere hacer”.
“La inversa al estrés es pasarla bien. En ese sentido, mi recomendación es siempre para fin de año planearlo con mucho tiempo y hasta con sano egoísmo: no juntarte con quien no querés y si no podés evitarlo, aguantatela y llevala lo mejor posible. Si podés decir que no, decilo, si no decí que sí inmediatamente” para evitar la rumiación mental que provoca el postergar la decisión, aconseja López Rosetti.
Algo similar plantea Schujman, quien sostiene que en algún momento hay que tomar la decisión de cortar con los familiares y amigos que se perciben como tóxicos y para eso no existe un momento ideal, simplemente hay que hacerlo y después las cosas se acomodan. “Yo soy partidario de que a si la tía Cuqui no me la banco, no pasarlo con ella. Eso sería lo más saludable. Si no se está en condiciones todavía porque el costo de tomar la decisión va a ser mayor que la satisfacción que provoque, hay que remarla o hacer rancho aparte.”
Bajar un cambio
“Llegamos con la lengua afuera, esperando tomarnos 15 días para resetearnos y volver a pasarla mal. Cuando es lunes pedimos que sea viernes, en marzo pedimos diciembre y la vida se nos va volando”, plantea el psicólogo especializado en familias, que considera a este un fenómeno más bien urbano.
López Rosetti resalta que las enfermedades por desadaptación o estrés también enfermedades del apuro. “Hemos observado en el hospital que cada vez hay gente más joven que consulta, personas de 30 años que ya sienten que el año pasó muy rápido. Yo tengo 61. Cuando iba al colegio, terminaba diciembre y pasaba una eternidad hasta volverse a encontrar con los chicos en marzo. Hoy hay un continuo por la comunicación, por internet, por el smartphone que hacen que la vida se haya convertido en una especie de río torrentoso sin espacios o lagunas en las que uno pueda reposar.”
En busca de esas lagunas o del cambio de chip, unas 500 personas divididas en cuatro turnos asisten cada jueves a los talleres del Programa de Manejo del Estrés que brindan en forma abierta y gratuita los profesionales del servicio que dirige en el Hospital de San Isidro durante todo el año. Consta de 14 encuentros en los que se abordan diferentes temáticas como vivir el momento presente, pensamientos distorsionados, manejo de la ira, fundamentos biológicos de la meditación, salir de la zona de confort, manejo de la culpa y actividad física, entre otros.
“Les damos herramientas específicas y además los entrenamos en una técnica de relajación psicofísica y una meditación guiada muy sencillas”, explica la psicóloga Celeste Madaleno, quien aconseja: “Siempre es recomendable dormir bien, realizar actividad física aeróbica regularmente, alimentarse adecuadamente, aprender a decir que no y la meditación como parte fundamental de todas estas cuestiones”.
Durante el transcurso del programa, los asistentes que lo desean pueden realizar un test estandarizado simulado para conocer su perfil psicobiológico del estrés, que consta de tres pruebas. El 60% de las 8.400 personas que hicieron su perfil en los últimos dos años entró en alguno de los tres tipos de tenso (leve el 27,2%, moderado 18,6%, hiperreactivo 13,7%). El resultado “calmo” lo obtuvieron sólo 4 de cada 10.
Con modificación de estilo de vida y meditación todos pueden mejorar, precisan Ivana Favilla y Juan Antolini, integrantes del servicio.
Silvia Iglesias da cuenta de eso. Es directora del Programa de Afrontamiento del Estrés de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad de Buenos Aires (UBA), que lleva adelante hace 15 años con Sergio Azzara y Bibiana Fabré.
Fabré es bioquímica clínica y se encarga de hacer mediciones de cortisol en cabello, un novedoso test patentado por la UBA y que sólo se realiza en el Hospital de Clínicas. “Tomamos una muestra de cabello al inicio y al final. Y vemos cómo varía el cortisol, la hormona que está asociada, entre otras cosas, en la persona sana con la respuesta al estrés crónico. Con las mediciones hemos podido validar y verificar que el programa es efectivo para quien lo inicia y lo termina”, dice Iglesias. Tiene una duración de tres meses, con encuentros cada 15 días y es sólo para docentes, estudiantes y personal de la facultad.
“El aprender a respirar adecuadamente provoca un cambio abismal en la vida de uno”, subraya la farmacéutica que además se especializó en técnicas de respiración y relajación que se ofrecen en el taller, además de otras herramientas.
Martín Reynoso aconseja realizar pequeñas pausas durante el día para resetearse. “En mindfulness recomendamos una pausa de unos minutos al mediodía, en algún descanso y después a la tarde-noche. Se puede hacer algún ejercicio de mindfulness, alguna meditación en movimiento, haciendo cosas, por ejemplo comer con atención plena: sentarte, dejar el celular, las pantallas, dedicarle 15 minutos a comer, hacerlo despacio, sentir lo que estás comiendo. Un momento de conexión con uno mismo: a través de la comida, de una caminata”. Aplica para todo el año, pero todavía más en el intenso diciembre. “Y si uno puede hacer una práctica meditativa antes de dormirse también es positivo. Hay muchas apps o en Youtube videos con ejercicios para practicar”, añade.
De estar cada vez más presentes en las situaciones que estamos viviendo, de eso se trata. “No adelantarse en forma negativa a los eventos por suceder”, aconseja Martínez Castro. ¿La justificación? “En el 98% de los casos en los que la gente por ansiedad se anticipa en forma negativa al futuro, se equivoca”. La especialista también insiste en la importancia del manejo de la respiración, que ayuda a ir “domando” los movimientos que la mente hace hacia el futuro.
Desde la neurología, Bistritsky explica que el impacto de esas técnicas en el cerebro. “Manejar la respiración y la relajación muscular le envía señales de reparación que el cerebro toma como positivas y estimula así la aparición de emociones que dan sentido a la vida, como la alegría, el amor, la empatía y la solidaridad”.
Así que si llegó hasta acá, ya sabe: inhale, exhale…