El “síndrome de padres copados” y cómo afecta a los hijos

El psicólogo Alejandro Schujman subraya la importancia de mantener la asimetría del vínculo y la imposibilidad de ser amigos.

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“Yo en mi casa no hago más reuniones, van llegando mis amigos y mi viejo se sienta a comer, a tomar con nosotros, cuenta chistes, se hace el copado. Mis amigos lo adoran, yo lo quiero cagar a trompadas, y se queda. Yo le dije lo que vos me dijiste, que no me siento cómodo, pero él dice que yo estoy celoso, que mis amigos lo quieren, que a las dos, tres de la mañana se va. No lo aguanto, tiene 55 años y yo 18, no sé porque no lo entiende, hasta mi mamá se avergüenza de lo que hace. Algunos pibes dicen que es el mejor padre que puedo tener, yo lo cambio por cualquiera, me da vergüenza, se hace el pendejo, me da mucha vergüenza.”

Padres cancheros, padres que no entienden que el tiempo pasa.

Padres que en el afán de acercarse a sus hijos, quieren rejuvenecer de manera inversamente proporcional al crecimiento de los niños.

Padres que rompen barreras que no debieran romper.

Padres que muestran aspectos de su vida que no debieran mostrar.

Padres que invaden, que descuidan sin saber y sin quererlo.

Hablo del “síndrome del padre o madre copado/a” Propongo el siguiente ejercicio, si tienen más de 3 de las siguientes características quizás puedan revisar algunos de estos patrones:

Los padres copados:

Dicen “todos toman, y si mi hijo va tomar que sea de lo mejor, así que ‘sacá de mi bodega mi amor, pero no te descompongas que después es un problema'”

Habilitan sus casas para el consumo de alcohol en la previa al boliche.
Compran ropa en las mismas marcas que sus hijos.

Circulan por las mismas redes sociales, incluidas las de encuentro.

Van a los mismos bares y lugares de entretenimiento.

Dicen “ah-re”, “manzana”, “alta fiesta “y otras jergas adolescentes.

Toman alcohol con sus hijos adolescentes como momento compartido de complicidad.

He oído casos de padres y madres que cultivan cannabis en sus casas y este es un punto de encuentro con sus hijos.

La amistad entre padres e hijos no es posible ni recomendable, sostiene Schujman.

Después de un entrenamiento de futbol en el club, un padre desafiaba a su hijo y a los amigos de 15 años: “A ver quién se toma una cervecita, ¿tienen ganas, no? Pero son chicos todavía”.

Con un vaso de espumante bebida helada, los seducía desde el “escote de la toxicidad”.

Otra madre cocina mientras su hijo con sus amigos de 12 años miran videos eróticos en las pantallas de los celulares, espectadora del disparate, generadora del sin sentido.

Padres que no cuidan, padres que provocan, padres que olvidan lo esencial.

Si hay algo que define la salubridad al vínculo de nuestros hijos es la asimetría, y a los padres en los últimos años se nos ha caído una letra, se nos cayó la letra D: No somos padres, somos pares.

El trabajo de los hijos es ir despegándose lentamente de la cercanía de los padres construyendo un afuera en el que los adultos primordiales estén dentro de su vida de otra manera.

Ser ellos independientes con cierta prescindencia de sus cuidadores, pero sabiendo que pueden contar como la torre de control de los aeropuertos, están allí si el avión precisa de ella.

Y para esto es menester que los adultos se constituyan en el lugar de tales.

Ni amigos, ni rivales, PADRES. Tenemos que estar en el lugar exacto para acompañarlos sin asfixiar. Si quedan los padres en el lugar de “padres copados” muy poco de la función esencial se cumple.

Si invadimos reuniones sociales, redes sociales y competimos con ellos estamos obstaculizando su crecimiento saludable y los obligamos a “elegir” entre dos caminos muy poco auspiciosos:

-Un sometimiento y sufrimiento silencioso en la aceptación de la situación.

-A forzar la salida hacia el afuera “a cualquier precio” (patologías adictivas, trastornos alimenticios, depresiones juveniles).

Los hijos precisan que los adultos vuelvan a ocupar el lugar que nunca debieron haber dejado, el de adultos que acompañan a sus hijos en el camino del crecer, dando señales, disfrutando junto con ellos en los espacios de intersección y compartir.

Ser padre copado no es divertido, los hijos se avergüenzan y sienten que los espacios de intimidad son vulnerados por sus padres en una competencia absurda y muy poco saludable.

En puerta cerrada no entran hijos
“La tengo en la cocina a mi vieja al lado sacándose selfies medio mostrando las tetas y haciendo trompita, para mandarle a los chongos de Tinder y Happn. Me quiero matar, y ella me dice que es lo mismo que cuando ella me ve a mí. Pero ella es mi mamá, y es ella la que se pone a ver mi celu. Ella es la que se mete en mis cosas, no yo en las de ella. Que se encierre en su cuarto y ahí que haga lo que quiera. Hasta siento que provoca a mis amigos, uno la vio en Tinder y me dijo ‘qué buena esta tu vieja’. Me quiero matar, y no entiende…”

Tiene 18 años y toda la vergüenza posible con esta madre “copada” que no entiende nada de nada.

Padres y madres en su mayoría recién separados descubriendo la aventura de ser “libres” pero se olvidan que los hijos son espectadores silenciosos.
No es cool ser divertidos, no es copado “apendejarse” y vestirse como teenagers.

Hombres y mujeres que van con sus hijos por la vida “jugando “a ser adolescentes y mostrando lo que no debieran. Los hijos NO quieren ni deben saber sobre la vida sexual de los padres.

Padres varones que para reforzar la masculinidad de sus hijos les “muestran” mujeres por la calle.

“Yo con mi papá no quiero salir en el auto, les toca bocina a las chicas y yo quiero hundirme en el asiento”, me confiesa un púber de 12 años, con mucha pero mucha vergüenza de su padre “pendeviejo”, que además atrasa varias décadas respecto de los movimientos de género.

Claves para no ser un “padre copado”

Sienten que de esta forma están cerca de sus hijos, y debo decirles con absoluta honestidad que esa es la mejor forma para espantar, avergonzar y alejar a los hijos de la proximidad de sus padres.

Quiero aclarar, y esto es central: vivimos en un tiempo y una sociedad en donde la adolescencia y la juventud están absolutamente sobrevaluadas, en desmedro de la experiencia y la madurez. Envejecer es “un delito” y el “viejazo cincuentón” es un universal y los adultos damos batalla.

Pero sugiero que encontremos otras maneras. Es comprensible que en el intento de los padres de acercarse a sus hijos recurran sin darse cuenta a estos recursos.
Se combinan aquí dos cuestiones:
-El intento y la fantasía de ser más jóvenes (como si fueran a beber de la juventud de los hijos).
-La ilusión de una cercanía con los hijos que se acrecienta al “mimetizarnos” con ellos.
Habiendo tenido modelos de padres austeros, distantes, de “cejas levantadas”, muchos hoy piensan que es posible ser “amigos” de los hijos.
Y no solo no es posible, sino que es claramente tóxico, ya que justamente la asimetría del vínculo (vuelvo a decir) es la clave de la salud del mismo. A veces menos es más, y en estas cosas de ser padres de adolescentes aplica a la perfección.

Las maneras de no cruzar la delgada línea son claras y fáciles de implementar si somos conscientes de ello, veamos:

Solo tenemos que seguir las señales que nuestros hijos nos dan. Cuento una de mi cosecha: Mi hijo mayor, hace unos años, hacía un asado con sus amigos. Yo prudentemente me mantengo alejado de la zona de parrilla y en un momento él me llama y me invita: “Pa, venite a comer algo si querés”. Emocionado, acepto la invitación, y disfruto de la misma.

Al rato, mi hijo me mira muy discreto como diciéndome: “Era un rato nomás, no te instales que no es tu fiesta”. Entendí, saludé e hice mutis por el foro.
El equilibrio, el sano equilibrio y solo tenemos que estar atentos a las señales que nuestros hijos nos dan.

Entendamos los tiempos del crecimiento de nuestros hijos. Y esto es clave, no nos tratan como distantes porque no nos quieren, nos precisan mejor para poder crecer y después volver.

Es sano, es necesario, y puede ser doloroso para los padres, pero es parte de nuestra función.

Seamos muy cuidadosos de nuestra intimidad. Está muy bien que hombres y mujeres tengan su vida por fuera del ser padres, pero manejemos los tiempos de la ansiedad y cuidemos que nuestros hijos queden por fuera de las historias amatorias y demás cuestiones que no tienen porqué compartir con nosotros.

Dejemos la ropa de chicos para los chicos y nosotros los grandes hagámonos cargo del paso del tiempo, que podemos ser muy jóvenes de otras maneras sin abochornar a nuestros hijos.

Administremos los picaportes para abrir y cerrar las puertas que marcan la diferencia entre el afuera y el adentro. Mantener la línea entre lo privado y lo público, entre intimidad y extimidad es imprescindible en la relación con los hijos.
Acompañar sin invadir, el desafío.

Podemos hacer algo distinto, que los hijos sean hijos, que los padres sean padres, ¡y a vivir!
Es preciso, es urgente, es difícil pero no imposible.

*Alejandro Schujman es psicólogo especializado en familias. Autor de Generación Ni-Ni, Es no porque yo lo digo y Herramientas para padres.

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