Se enamoraron y dejaron la oficina para conocer el mundo

Los trabajos y la cuenta en Instagram que los ayudaron a financiar su gran aventura. Milagros Guiraud y Marcos Lartirigoyen están juntos desde la secundaria.

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Ella estudió profesorado en educación inicial, él administración de empresas. Pero un día dejaron todo y volaron en busca de una nueva vida. Hoy, a los 29 años, comparten su experiencia como “ciudadanos del mundo”. Recorrieron Australia, Indonesia, Japón, África, y viajaron desde Los Ángeles a Costa Rica. Ya instalados en el Caribe, tienen un nuevo

“¿Te fumaste algo?”, le contestó Mili a Marcos cuando él le propuso dejar todo e ir juntos a trabajar a Australia. Eran las nueve y media de la mañana de un jueves de septiembre de 2014. Milagros Guiraud recibió el mensaje de su novio en el jardín de infantes donde trabajaba. Marcos Lartirigoyen se lo escribió desde su oficina de microcentro. “¿Qué hago acá?”, le puso. “Vayámonos a trabajar afuera”, siguió. Y Mili, que lo conocía desde hacía una década, supo que hablaba en serio.

De Pilar, ella. De Catriló, La Pampa, él. Mili y Marcos se conocieron cuando él se cambió al colegio de ella y tenían catorce años. Hoy tienen 29. Nacieron con quince días de diferencia. Están de novios desde los 17. Y casados hace dos años y medio. Ella estudió profesorado en educación inicial. Él, administración de empresas. Cuando Marcos le mandó el mensaje a Mili, cada uno trabajaba de lo suyo… Aunque tal vez no fuera “tan lo suyo”.

“Fuimos muy amigos durante tres años. Todo el mundo veía algo entre nosotros, menos nosotros”, cuenta Mili. Y parece que en el viaje de egresados a Bariloche se dieron cuenta de que había algo y de vuelta en Buenos Aires, se hicieron cargo de lo que sentían. Vivieron cinco años de un noviazgo tradicional, cada uno en su casa, con el casamiento como próximo paso para dar. Hasta que a Mili le llegó ese mensaje de Marcos… Y hoy comparten su experiencia desde Santa Teresa, Costa Rica.

“Estaba chocha con mi laburo, mi rutina, mi familia, mis amigas. Era muy apegada. Viajar no estaba en nuestros planes”, recuerda Mili sobre lo que pensó cuando recibió el Whatsapp. “Pero te prendiste al toque”, apunta Marcos, que estaba incómodo en Buenos Aires y solo pensaba en irse cada vez que veía las fotos de sus amigos trabajando en Australia.

Lo decidieron al día siguiente, brindaron y a la semana habían sacado pasajes para volar a Sidney. Renunciar a los trabajos no fue fácil: pero el impulso era más fuerte. Y se fueron en febrero del 2015, tras hacer los trámites para vivir una experiencia de empleo allá. ¿El plan inicial? Trabajar y pasear durante un año. Tenían 24 y una vida por delante.

“Nos instalamos en una casa a una cuadra de la playa, en Manly, un suburbio de Sidney. Marcos trabajaba de obrero, jardinero y hacía mudanzas. Yo, de niñera o vendía helado. Era agotador, pero nos pagaban por semana y muy bien. Además, estábamos rodeados de amigos, teníamos el mar y descubrimos el surf”, apunta Mili sobre esos primeros cuatro meses de trabajo, cuando todo empezaba a no estar planeado.

Con la plata que ganaron, se compraron una van y se lanzaron a recorrer la costa este de Australia. Dormían en campings, estacionamientos o en la playa, en un país donde los baños públicos son muy buenos y todo está preparado para aventureros. Hicieron 3.000 kilómetros en dos meses y una noche, tirados sobre la capota de la van, mientras miraban las estrellas, coincidieron: “Guau. Esto sí que es la libertad: viajar sobre cuatro ruedas sin necesitar nada más”. Y cuando llegaron a Port Douglas, en lo más alto de Australia, Marcos propuso: “¿Qué tal si cruzamos a Indonesia?”. Y Mili se entusiasmó. Sacaron un pasaje barato, dejaron la camioneta estacionada y recorrieron el país durante un mes.

“Volvimos a Australia con 70 dólares en el bolsillo. Nos subimos a la camioneta de nuevo. Manejamos rápido a Sidney. La vendimos y nos pusimos a trabajar. Había que volver a armar la rueda del ahorro”, apunta Mili. “Laburamos cinco meses más. Nos fuimos dos semanas a Japón, cuando River ganó la Libertadores. Además conocimos Tailandia, Sri Lanka e India. Volvimos a Argentina después de catorce meses”, relata Marcos.

Además Australia significó abrazar la vida sustentable, que Mili había aprendido de chica, pero Marcos tenía que desarrollar. “Más conocés el planeta y más querés cuidarlo. Aprendimos nuevos hábitos de consumo que todos podemos implementar. No es difícil. Desde usar pasta de dientes orgánica y shampoo sólido, a separar la basura, reciclar y hacer compost”, cuenta Mili.

De vuelta en Buenos Aires, Mili y Marcos se casaron, en febrero del 2017. “No fue por inercia. Queríamos celebrar nuestro amor”, asegura Mili. Y, siempre decididos a seguir viajando, dos días después de la fiesta volaron a California para encarar su sueño panamericano. “La idea inicial era comprar una bus en Argentina y recorrer la ruta Panamericana hasta llegar a Estados Unidos. Pero todo estaba muy caro y en mal estado. Entonces decidimos hacer el trayecto de arriba para abajo”, cuenta Marcos y una vez más, ser flexibles fue la consigna. Llegaron a Los Ángeles con algo de ahorros por el casamiento. Entonces, buscando por Internet, Mili encontró el bus que parecía perfecto.

“Queríamos algo más grande que una van. Encontramos un short bus -que es un colectivo escolar chico- que solo había que terminar de acondicionar. ¡Ideal! Lo compramos, sin saber nada de mecánica ni de carpintería”, cuenta Mili y agrega que entonces, impulsados por sus hermanos, abrieron una cuenta de Instagram conjunta (@panamericanbus) para compartir sus andanzas con sus seres queridos.

Pero no todo sería tan fácil. “A la semana de salir se fundió la transmisión del bus”, cuenta Marcos. “Lo habíamos dejado divino, estábamos comprando cacerolas para equiparlo, acabábamos de subir el primer posteo y ¡se rompió! Fue en Orange County. ¿Qué íbamos a hacer? No teníamos plata para comprar otro”, recuerda Mili. Sin embargo, cayeron en el taller mecánico indicado. Kevin no solo les arregló la trasmisión, sino que además les ajustó otras fallas. ¿Más? Los alojó en su casa las tres semanas que llevó el arreglo. “Hubo conexión. Cuando viajás siempre hay gente dispuesta a ayudar”, coinciden.

Con el dinero para viajar tres meses y después sí, trabajar de lo que fuera, Mili y Marcos arrancaron a bajar en dirección al sur, mientras la cuenta de Instagram crecía. “La armamos como un diario de viaje y de pronto notamos que la gente se sumaba. Muchas cuentas de vans nos reposteaban y así ganábamos 2.000 seguidores por semana. Cuando llegamos a México habíamos llegado a 20.000 en tres meses. Y ni siquiera mirábamos las estadísticas”, cuenta Mili. Marcos acota: “No sabíamos nada de redes, ni de cómo ser community manager. Aprendíamos mirando tutoriales de YouTube. Nunca pensamos la cuenta con un sentido comercial. No estábamos preparados para tener tanto éxito”

La vida de viajantes los había sorprendido, una vez más, y Mili y Marcos vieron la oportunidad. “Le escribimos a dos marcas de emprendedores para ver si querían sumarse a nuestro proyecto y con lo que nos pagaban por usar sus bikinis, trajes de baño y remeras, nos pagábamos la nafta y comida. Mucho más no gastábamos. Después empezamos a hacerlo con hoteles que estaban en nuestra ruta y cobrábamos buena plata. Nunca buscamos ser influencers, sino autofinanciarnos para viajar”, apunta Mili y cuenta que a esa altura tenían una cámara de fotos y un dron. Hoy cuentan con 102 mil seguidores.

Solo acostumbrados a ser flexibles, Mili y Marcos revisaron sus planes cuando llegaron a Costa Rica. “Caímos en Santa Teresa después de un año viajando. Todo llevaba más tiempo del planeado. El pueblo nos cautivó”, apunta Mili y acota que el baño químico y la ducha recargable empezaban a ser desgastantes. “Vivir viajando es súper cansador. Implica manejar muchas horas, no ser local en ningún lado, ni tener rutina”, desacraliza Marcos.

Entonces, decididos a hacer una pausa, estacionaron el bus en un depósito fiscal de Panamá, viajaron a la Argentina dos meses para visitar a la familia y se instalaron en Costa Rica, después de adoptar una perrita. Cuando recuperaron el bus, notaron que era incompatible con las calles del pueblo y que las lluvias del Caribe lo deterioraban: óxido, hongos. No era práctico. “Lo estábamos conservando por apego. Y si hay algo que nos enseñó el viaje es a ser desprendidos”, reflexiona Mili.

En mayo del año pasado rifaron el bus. “No queríamos que se lo quedara el que tuviera más plata, sino aquel que soñaba con un viaje como el nuestro. Vendimos 700 rifas a 50 dólares cada una. Nos pagaban por transferencias en línea. Participó gente de Kosovo, de Israel… Cubrimos la inversión y lo sorteamos al mes con transmisión en vivo. La ganadora, una argentina de Tierra del Fuego, estaba en México y lo vino a buscar llorando de emoción. Le pagamos los trámites, el pasaje de ida y se volvió manejándolo”, relata Mili.

Mientras tuvieron el bus, los chicos se sostuvieron gracias a la cuenta de Instagram. Una vez instalados en Costa Rica, en sociedad con una de las hermanas de Mili, crearon una marca de bikinis: Amatista. Fabrican en Argentina, venden por Latinoamérica y acaban de abrir un local en Santa Teresa. Cuentan que ahora solo hacen acuerdos puntuales para promocionar destinos. “Estuvimos invitados a Aruba e Indonesia. Pero además, este último septiembre hicimos un voluntariado de un mes en Sierra Leona, África, con la fundación The Little Orange House. Una gran experiencia personal que no tenía nada que ver con lo anterior”, revela Mili, mientras agrega que la casa que alquilan es la base para seguir buscando destinos.

“Para vivir viajando tenés que animarte a dejar lo conocido. No quedarte pensando: ‘soy esto y no puedo trabajar de otra cosa’. En Internet están las herramientas. La clave es ser busca”, asegura Marcos. Mientras Mili acota: “Lo que estudiaste no te define. De pronto fuimos obreros, filmmakers… Nos reinventamos. No somos una pareja con padres que nos giran plata. Trabajamos mucho. El primer paso es animarse, después tener cintura para adaptarse. Aprendimos a ser austeros. A ir livianos para vivir mejor. Ejercitamos el desapego. Rifar nuestro bus fue la maestría”.

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